viernes, 26 de abril de 2013

EL EXTRAÑO CASO DE LA MOCHILA OLVIDADA


El extraño caso de la mochila olvidada es una historia divertida en la que los alumnos y la trabajadora social  buscan al propietario de la mochila, la cual no lleva en su interior libros lápices y cuadernos.

Negra, con grandes manchas producto de sabrá dios qué combinaciones de sustancias, tal vez chamoy, queso amarillo, chicles ennegrecidos por siempre, saliva, manchas de lodo, placas viejitas con marcadores y hasta con liquid, era lo que el maestro de química llamaría "una mezcla heterogénea". La mochila apareció en uno de los salones a los que nos íbamos a cada hora. Alguien se la llevó a nuestro grupo creyendo que le hacía el paro a alguno de nosotros, siempre tan olvidadizos.
—Ha de ser del Rigo...
—No, yo vi que llevaba su mochila.
—¿Entonces, del Cuino?
—Menos, ése nunca trae mochila, se la quitaron los cholos y no le han vuelto a comprar.
—Pues, sepa...
Después de andar batallando con ella todo el día, se la llevamos a Chayito, la trabajadora social.
—Ahí déjenla, muchachos, al rato viene su dueño, gracias.
La dejamos sobre un mueble donde Chayito tenía un montón de papeles, como expedientes, y ahí se quedó. Tan calladita como si nada. Todo hubiera seguido normal, ir y venir a la escuela, las tareas, entregas de boletas con regaño y todo, investigaciones y exposiciones, como siempre. Maestros exigentes como el Larios de Química y otros no tanto. Pero no. Como la mochila no se movía, para todos empezó a ser una molestia en el zapato, como cuando traes una piedra o un animal. Un día me puse un tenis que traía una cucaracha, y cuando les conté a mis cuates no me la acababa con la canilla.
—Qué gacho eres.
—¿Por qué?
—Ha de haber muerto fulminada, de asfixia, la pobre...
Al principio duró una semana en el lugar donde la dejamos, en la oficina de Chayito. Pasábamos por ahí todos los días y le echábamos un ojo. A la siguiente semana, dejamos de verla y nos conformamos con la idea de que ya hubiera aparecido el dueño. Cuando le preguntamos a Chayito, nos dijo que no, que ahí seguía la mentada mochila, sólo que la había puesto debajo del escritorio porque se veía muy fea. Dijo que investigaría con los alumnos de la mañana. Pasó otro tiempo y... nada. Todas las razones de la mochila seguían ahí. De tanto que preguntábamos, llegó a ser parte de la plática obligada con los camaradas.
—¡Apuesto que aparece esta semana!
—¿Cuánto quieres perder?
—Una torta.
—Pero con una soda, si no, no.
—Sobres, yo cazo las apuestras
Pasó esa semana y otra y otra y la mochila, muy cómoda bajo el escritorio, se hacía vieja. Entonces se nos ocurrió la idea de ir con Chayito y decirle que abriéramos la mochila para ver de quién era. Lo hicimos una tarde. La orientadora nos mandó llamar para el acto tan esperado, en que la misma mochila nos diría a quién pertenecía. |
Ahí estábamos cuando Chayito abrió el primer cierre con lentitud: nada. Completamente vacía. Y así fue abriendo lo cierres pequeños, de donde brotaron gran cantidad de pendientes, broches para el pelo, listones, ligas, artículos dé belleza, espejos, peines, pintalabios, brillos...
En algunos de nosotros se había pintado el desencanto, pero en el fondo seguíamos en pleno suspenso.
—Bueno, vamos a abrir la principal.
Así lo hizo. Primero aparecieron muchos recortes de periódico, luego diminutos calzones de mujer de muchos colores, una peluca, cejas postizas, mascarillas de plástico, toda una maravilla para nuestros ojos y, al final, cuando la trabajadora social volteó la mochila, cayó una nota: "Favor de entregar esta mochila al profesor Tomasito, porque sólo a él le pertenece".
Soltamos tremenda carcajada, porque ese maestro era el más serio de todos los de la escuela, y además siempre andaba muy "chero", o sea muy vaquero...

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