viernes, 19 de abril de 2013

La historia del morgan

LA HISTORIA DEL MORGAN

 No, pues sí, chale, en la secundaria uno de veras que está bien refeo. Hay unos morros que tienen unas orejotas o están bien dientones, a unos se les llama Dumbos y a los otros Caballos, o Bugs Bunny; unos tienen unos brazotes bien largos y unas piernas pequeñas. Neta que parecemos caricaturas.

Luego algunos exageran, se pasan... Se compran unos pantalones del 38 o del 42 que les quedan bien guangos, claro que lo disimulan fajándose un poco, pero cuando no los ven los prefectos, ahí andan, bien cholos, tirando barrio. Yo los veo y me da risa; claro que nunca me atrevería a usar algo así porque no me llevo con ellos.

También hay unos bien cabezones o muy altos o muy enanos; luego unos que están en plena niñez y otros que ya fuman y van a los bailes como si nada. Hay unos muy aseaditos, como yo, y unos que para nada se bañan; se levantan como a las doce y así se vienen a la escuela, sin peinarse o lavarse la buchaca, guácala, ni los sobacos ni nada, y Ies llaman pacusos, pero no voy a decirles lo que significa. Luego, dizque andan acá muy de novios, muy galanes, tirando rostro con las mónitas. Luego la raza amarga nunca falta, hay unos morros que se salen, tienen una risa de lo más burlesca, a todo el que agarran a canilla, ya no lo sueltan hasta que lo hacen llorar.

Las chavas, la neta, neta, casi no hay buenas. También ellas están bien federal de caminos. En serio, hay unas que hasta te espantan y, según ellas, andan por la escuela como si fueran miss México aunque nadie las pela. Tienen las piernas flacas, flacas, chuecas, chuecas; o son muy morenas, con manchas en la cara que les llaman jiotes; a unas les dicen que les explotó el calentón, otras son güeras y pecosas. Flacas, gordas, gordas en serio, como la Keiko, por ejemplo, que está conmigo. Unas son bien sangronas y con nadie se llevan, otras se pelean a golpes con los chamacos, la Tyson le dicen a una. Hay de todo, enamoradas, juguetonas, listas y tontonas, apretadas, como las fresas.

Y volviendo a los morros, no faltan los apestosos, los pedorros, guacarosos, en fin, son una chulada mis compañeros... Pero no quiero hablar de todos mis compañeros, porque capaz que se enteran y no me la voy a acabar. Son bien gachos, y no sólo ellos, también las chavas son pesadas. Del que quiero hablar es del Adrián, un morro de esos serios, flaquito, cabeza pequeña, orejas grandes, muy formal. De toda la escuela, es el único que trae una mochila con rueditas, y ya sabrán el carrillón que le damos —porque yo también me incluyo—, se la escondemos a cada rato o se la arrebatamos para que nos persiga por todo el salón.

—Ya cálmense o los voy a reportar.
—Huy, qué miedo.
—Es en serio.
—Mira cómo tiemblo.
—Bueno, se los advierto...
—Ahí está, llorón.
Y así lo traemos a broma y broma hasta que revienta y nos reporta.
Pero tampoco de él quería hablar, más bien del Morgan. De veras que con este morro sí que se salieron.

Desde que lo vieron le buscaron el sobrenombre de Morgan, y bien que le queda porque tiene un solo ojo, el otro parece que lo perdió o así nació. También quisieron decirle Cíclope, pero no pegó. La canilla ha estado dura, hasta las chamacas seriecitas, como Maribel, le gritan al maestro:

—Mire, maestro, el Morgan me está coqueteando, me está cerrando un ojo.
Y todo mundo trata de aguantar la risa.
Otro le dice:
—Échale un ojito a mi mochila, ¿no?
Y él aguantando como si nada, se le resbala. Creo que hace mucho que aprendió a aguantar; luego, él se las devolvía, pero ya no se enojaba, ya hacía caso cuando le decían:
—Que el Morgan esté con nosotros en el equipo.
—El Morgan me pegó, profe.
—El Morgan está comiendo en el salón.
Y así por el estilo.
Pues con todo y su ojito único, un día el Morgan fue el héroe del salón. Ocurrió cuando la teacher, en plena clase, empezó a ponerse primero roja, como una manzana, y luego morada, como... pues como algo morado, vaya, como que le faltaba el aire, se agarraba el cuello con las manos, manoteaba como si estuviera en la alberca. Nosotros, todo el grupo, se quedó en suspenso, congelado en una fotografía para el recuerdo. Ni una hoja, risa, suspiro, nada. Y ahí siguiéramos, si no fuera porque la maestra estaba ahí, cayendo al piso. Entonces vimos cómo el Morgan saltó dos filas hasta llegar junto a la maestra que, en serio, ya en el suelo, tenía los ojos en blanco. El Morgan le puso las manos alrededor del cuello y la recostó suavemente, luego le abrió la boca y, tapándole la nariz, comenzó a bombearle aire, aire. Para esto, ya estábamos todos alrededor, y él nos hacía señas de que despejáramos; alguien ya había ido por la doctora. El Morgan seguía aferrado y le daba unos apachurrones en el pecho y seguía con la respiración de boca a boca, entonces la maestra volvió en sí poco a poco y al fin volvió a respirar normal. Cuando se sintió mejor, la sentaron en su silla. La doctora le puso alcohol por todas partes y, unos momentos después, ya estaba en el hospital.
Después de esto el Morgan nos contó que en las vacaciones había tomado un curso de primeros auxilios en la Cruz Roja y que por eso sabía qué hacer en estos casos. Cuando la maestra volvió el lunes siguiente, mostraba una sonrisa muy bonita y, además, traía una caja como de regalo que le entregó al Morgan. Eran unos pantalones nuevos y finos que el Morgan lució muy contento en el baile de primavera, donde se puso de novio con la más bonita del salón, la Irasema.
Bueno, de esto quería hablar. ¿Quién soy yo? No se los puedo decir, sólo les cuento que soy uno de ustedes, que está a medio camino entre el morro de la mochila de rueditas y el Morgan. Hasta la vista, y échenle ganas a la school...





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